domingo, 18 de octubre de 2015

Influencias en la pastelería argentina


Definir qué es la cocina o pastelería argentina siempre aparece la pregunta, qué es verdaderamente del país y qué es lo que se ha tomado prestado. Argentina es un punto donde se cruzan influencias de todo el mundo y de distintas culturas culinarias: la ibérica (cuyo mejor ejemplo son los alfajores), la china (con los buñuelos de frutas), la británica (con los scons) y, por supuesto, la francesa, con la bollería de inspiración súper francesa.
También los alemanes inspiraron los arrollados y piononos, y diversa variedad de tortas tienen su origen austrohúngaro.
Todos los postres argentinos reflejan como base y cimiento fundamental ideas e ingenios que importaron con mucho sacrificio todos los inmigrantes. Ese particular crisol de sabores y saberes culinarios aporta a una cultura gastronómica que se da en Argentina y no en otra parte. En Argentina, se pueden encontrar regiones claramente diferenciadas y especializadas en la producción de diversos productos que enriquecen la gastronomía regional. Así, se encuentra la región comprendida por las provincias del Noreste Argentino (Corrientes, Chaco, Misiones, Formosa, Entre Ríos y norte de Santa Fe), en donde se concentra la mayor producción de arroz del país. Esa misma zona se destaca por la diversidad en la producción de diversas frutas como los cítricos en todas sus variedades (pomelo, limón, naranja, quinoto), ananá, mamón, guayaba, granadas, mango, fruta de la pasión/maracuyá, etc. Corrientes y Misiones aportan el mayor caudal productivo de yerba mate.
El peso de las influencias europeas varía en cada región según la composición de su flujo inmigratorio: así las omnipresentes bases de lo italiano y español, se combinan en mayor parte con costumbres libaneses y sirias en el Noa y con platos típicamente galeses en la provincia de Chubut, donde desde el siglo XIX se elaboran increíbles dulces y chocolates de raigambre galesa. Es también en Chubut donde se origina la famosa torta galesa, traída al país por los primeros colonos que llegaba en barco, ya que, por la particularidad de su elaboración, esta torta puede conservarse durante mucho tiempo sin descomponerse. La participación de los pueblos originarios en el cóctel de la tradición pastelera es también innegable. En la Patagonia se ve la colaboración entre productos locales, como bayas y frutos rojos de todo tipo, con técnicas europeas para la confección de postres y dulces.
Asimismo, cada región se destaca por la producción de ingredientes de gran nivel:
-Noa y Cuyo: nueces, almendras, avellanas, duraznos, damascos.
-Nea y zonas con mayor humedad: damascos, ciruelas, higos, membrillo.
-Zonas templadas: manzana y vid.
Del mismo modo, es importante el aporte de la industria y de pequeñas elaboradores que agregan valor a la producción de ingredientes y abastecen un mercado ávido de productos finales, como:
-Noa: baklava, dulces árabes y aderezos de sésamo, dulces de batata, membrillo, cayote y alfeñiques.
-Cuyo: frutas desecadas, orejones, ciruelas, uvas pasa, higos y tuna.
Las fiestas tradicionales juegan un papel único en la conservación de recetas. En las fiestas católicas o la Fogata de San Juan, por ejemplo, donde se ponen a cocinar las batatas en las llamas.
El aporte de la tradición se vio enriquecido por las tendencias modernistas de la gastronomía del siglo XIX y principios de siglo XX. Muchos de los nombres de los productos que uno puede encontrar en panaderías y confiterías del país actualmente datan de fines del siglo XIX, cuando los gremios panaderos estaban dominados por pensamientos fuertemente anticlericales y anarquistas. Es así como comienzan a aparecer nombres de productos como: bombas, pionono, postre vigilante (consumido con fruición por el gran escritor Jorge Luis Borges).
Los comienzos del siglo XX trajeron innovaciones en la confección de postres, como puede ser la utilización en muchos de ellos de la crema chantilly para decorar.
También la introducción de los helados, tan preciados y consumidos año tras año en Argentina, data de esta época. Antiguamente, existían los sorbetes aprovechando la caída del granizo y la nieve. Así se fueron desarrollando diversos productos que completan una oferta más que atractiva: los helados de agua, los postres helados, los bombones helados, hasta llegar a las granitas hechas con frutas, almíbar y licor, tan de moda hoy. La influencia británica también aportó nuevas preparaciones; como los scons, preparados de manera admirable en el monasterio benedictino de El Siambón en la Provincia de Tucumán, productores asimismo de una miel de calidad inigualable.
En los últimos años, la tecnología ha ayudado en gran forma al desarrollo de la industria de la alimentación, pero hay que enfatizar que la máquina nunca reemplaza a la imaginación y el talento de un pastelero.

Historia de la pasteleria argentina




Pese a la influencia de los inmigrantes, la cocina nacional configuró desde 1810 su mapa de los dulces. De los postres con leche a la aparición del "vigilante".
El gusto por el asado, las empanadas y los platos calientes son un clásico del paladar de los argentinos. Los dulces quedan para el después. Son parte del epílogo, de la sobremesa, de la charla típica posterior a cada almuerzo o cada cena. Hay postres clásicos en la gastronomía argentina, pero también otros que se popularizaron a la luz de la revolución de 1810 y luego se apagaron entre las sombras de las influencias gastronómicas traídas por los inmigrantes.
¿Pero qué dulces se servían durante la primera mitad del siglo XIX? Juana Manuela Gorriti se puso al frente de un libro que grafica casi como una postal a la cocina de la época, esa que nació en los albores revolucionarios. Se trata de "Cocina Ecléctica" un compendio de recetas que sintetizan los sabores de la gastronomía poscolonial.
Entre los postres, la ambrosía gana un protagonismo singular. Heredada en parte de las tradiciones españolas, este postre de base láctea se transformó en uno de los clásicos. La preparación era sencilla: un litro de leche que se hervía, 12 yemas de huevo, 6 claras y ralladura de limón. Se cocinaba al fuego y luego al horno. Según cuenta Víctor Ego Ducrot en su libro "Los sabores de la patria", éste era uno de los postres favoritos de Domingo Faustino Sarmiento.
La leche era una constante en los platos dulces de aquellos tiempos. Asada (antepasado inmediato del flan) o con arroz, formaba parte de la mesa cotidiana durante los primeros años de la Argentina.
Analicemos ahora otra de las preparaciones habituales de las cocinas del siglo XIX, las frioleras. Citada por Gorriti, la encargada de dar a conocer el paso a paso de esta receta en Cocina Ecléctica es Azucena Centeno, una de las mujeres porteñas famosas por su rol en la cocina del período y amiga de Juana Manuela. En una cazuela se colocaban tres huevos, harina, crema de leche, una pizca de sal, seis cucharadas de azúcar y una docena de cerezas. Se desmontaba una vez cocida, se espolvoreaba con canela y se disfrutaba como pocas cosas.
Si bien la cocina argentina se fue construyendo con los cimientos que aportaban los ingredientes locales en conjunto con las influencias que provenían de la mano de los inmigrantes europeos, algunos postres lograron consolidarse a partir de combinaciones nacidas en nuestro país.
El caso más sobresaliente de estas inventivas tiene que ver con el postre vigilante, es decir, el queso con dulce. "Una rareza", según Ducrot porque ningún país europeo se caracterizaba por la combinación. La mezcla entre "Queso Mar del Plata" y dulce de membrillo o batata se popularizó entrada la década de 1920 en un bar de Palermo al que acudían regularmente agentes de policía.
La memoria del paladar nacional acuña los más dulces recuerdos de los postres que hicieron historia en la cocina. A casi 200 años de la Revolución de Mayo es el momento para ir pensando con qué postre festejar el Bicentenario.


Arroz con leche
Arroz con leche
                         

Una tradiccion en argentina es el alfajo argentino.

El alfajor, tradición argentina

alfajor_01Si hubiera que seleccionar un dulce como el más representativo de la pastelería Argentina, probablemente el alfajor sería el más votado. Y en todo caso, no tendría muchos detractores. La palabra alfajor deriva del árabe al- hasú, cuyo significado es “relleno”. Al igual que el turrón y el almíbar, es un invento culinario antiquísimo de origen árabe, tradicionalmente hecho a base de pasta de almendras, nueces y miel.
En Argentina, la tradición del alfajor se remonta al año 1869, cuando un químico francés, radicado en la provincia de Córdoba, decidió darle forma redonda a las tapas y comercializarlo con dicho nombre. Posteriormente, el alfajor conquistó todo el país y en la actualidad, la industria alfajorera cuenta con más de cincuenta marcas en el mercado. Para los argentinos, este delicioso bocado es mucho más que un dulce, es casi una señal de identidad cultural y forma parte de la vida cotidiana. De hecho, allí se consumen, aproximadamente, seis millones de unidades diarias.
El alfajor es un producto sencillo en apariencia: son dos o más círculos de masa horneada, separados entre sí por diversos rellenos como dulce de leche, mermeladas o mousse, y generalmente con algún tipo de cobertura exterior. Según sus ingredientes, su elaboración y su origen, entre otros factores, los alfajores pueden ser regionales, hechos de forma artesanal y propios de cada zona; industriales, que apuntan al consumo masivo, y premium, catalogados como delicatessen. Algunas de las variedades más conocidas son el alfajor de maicena; el cordobés, relleno de dulce de membrillo o dulce de leche, con la pasta abizcochada y cubierto de glasé, o el santafecino, también llamado Rogel, cuya principal característica es tener un mínimo de tres capas de masa hojaldrada.
Afortunadamente, la gastronomía cruza fronteras. En Mallorca es habitual, desde hace ya varios años, ver alfajores en ciertas pastelerías o cafeterías. Además, es un postre económico que se ha ganado muy buena fama entre los residentes y son cada vez más  quienes lo conocen y caen rendidos a sus pies.
Emiliano Villegas, propietario y repostero de la pastelería Dolça Temptació, prepara habitualmente en su establecimiento dos tipos de alfajores: los clásicos de maicena que se desmigan en la boca y una fórmula propia (y secreta) compuesta por una suave masa, medio abizcochada y aromatizada con vainilla, crema de chocolate y polvo de azúcar glas. En invierno, también ejecuta una versión más golosa: bañados en chocolate y rellenos de dulce de leche. Sus pasteles, elaborados al más puro estilo de la abuela, se llevan a cabo cuidando al máximo la calidad de los ingredientes y sin presencia de aditivos ni colorantes.

La Receta, según Dolça Temptació

Este es la receta de alfajores de maicena en versión de Emiliano Villegas, pastelero argentino que regenta Dolça Temptació, donde ofrece otras especialidades de su país, como las facturas, la tarta Balcarce o las empanadas de carne.

Ingredientes (para 15 unidades):

Para la masa
200 gr de harina
300 gr de maicena
½ cucharadita de bicarbonato de sodio
2 cucharaditas al ras de polvo de hornear
200 gr de mantequilla
150 gr de azúcar
3 yemas
1 cucharadita de ralladura de limón
un chorrito de esencia de vainillaPara el relleno
dulce de leche
coco rallado

Elaboración:

Tamizar la harina, la maicena, el bicarbonato y el polvo de hornear. Batir la mantequilla con el azúcar en un recipiente. Agregar las yemas, de una en una, mezclando bien cada vez y después, poco a poco, los ingredientes secos tamizados. Incorporar la esencia de vainilla y la ralladura de limón y mezclar bien.
Formar una masa sin amasar y estirarla hasta que quede con un espesor de medio centímetro. Cortar círculos del tamaño deseado (se puede utilizar de molde un vaso pequeño) y colocarlos sobre una placa sin enmantecar. Hornear a temperatura moderada durante 15 minutos. Dejar enfriar.
Hacer los alfajores uniendo dos tapas con dulce de leche en el medio y finalmente pasar los bordes por el coco

lunes, 12 de octubre de 2015

Es de notar que estos nombres chuscos tienen su origen hacia fines de siglo XIX y principios de siglo XX cuando los gremios depanaderos eran fuertemente anticlericales y anarquistas, dirigidos hacia 1880 por el italiano Enrico Malatesta: aparecen los "vigilantes", "cañoncitos de dulce de leche", "bombas", "sacramentos", "cañoncitos" etc. Las denominaciones alemanas originales fueron relegadas al olvido al ser el idioma alemán bastante difícil para la mayoría de los argentinos. Gran parte de estas facturas fueron argentinizadas muchísimas veces con un elemento característico: el relleno de dulce de leche. Otro influjo, algo más restringido, es el traído por losalemanes del Volga, principalmente en el oeste y centro de la Provincia de Entre Ríos en donde han difundido algunas variedades dekuchen (tortas alemanas).
Por su parte las ensaimadas proceden de la inmigración mallorquina; son por ejemplo famosas las ensaimadas de la ciudad de San Pedro en el norte de la provincia de Buenos Aires. A fines del siglo XIX y a inicios del siglo XX las ensaimadas eran las "facturas" preferidas en la ciudad de Buenos Aires para acompañar desayunos y cafés o cafés con leches aunque pronto las medialunas las substituyeron, quizás por ser más "livianas" en tal preferencia.
Otros postres de pastelería muy comunes son la yema quemada, la pasta frola, los bizcochuelos, el budín inglés, la torta selva negra y, en menor medida el estrudel de manzana; las tortitas negras son típicas de las ciudades de Rosario y Tapalqué (no se deben confundir estas tortitas negras con las tortas negras chubutenses). Entre los postres que no corresponden a la pastelería y son de gran consumo están los flanes (se suelen servir con un baño de caramelo -azúcar fundida de caña-, algo de crema y dulce de leche), las ensaladas de frutas (que se comen preferentemente en verano), las macedonias y los budines. Muchos de estos postres así como las tortas son adornados con crema chantilly.
Si bien se observa, gran parte de los platos de la región central y pampeana de Argentina corresponden a preparaciones culinarias de ámbito urbano ó rural-urbano (muchos de estos platos requieren al menos de un horno muy distinto del horno de campo), esto no es nada extraño si se considera que más del 80% de la población es urbana y se encuentra concentrada en las principales ciudades de la región central.
Es así que bastante poco queda de la comida "gaucha" —exceptuando los asados, el dulce de leche, el locro, el mate, las tortas fritas, lospastelitos fritos y el arroz con leche— en esta región.

Milanesa al plato acompañada con el típico gajo de limón -es común que las milanesas se condimenten con gotas de gajos de un limón fresco-, una "milanesa completa" es una milanesa con una guarnición de papas fritas y un par dehuevos fritos más el gajo de limón.
El panorama era diferente hasta la primera mitad de siglo XIX, para esa época nos recuerda en sus "Memorias" Lucio V. Mansilla que en plena ciudad de Buenos Aires (como en Montevideo, Rosario, Córdoba) eran comunes el quibebe, los postres de mazamorra, lachancaca, los pescados pacúsurubísábalo asados, el escritor e historiador Roberto Elissalde -presidente de la Academia Argentina de Gastronomía -, la gastronomía gaucha en esta región era hiperproteínica debido al elevado consumo de carnes (incluso las gallinas eran alimentadas frecuentemente con trozos de carne en lugar de granos), es célebre el refrán gaucho "todo bicho que camina va a parar al asador" y un ejemplo de ello era el consumo de asados, carbonadas, horneados y guisos de vizcachamulita (una especie de armadillo) y peludo (otra especie de armadillo). El citado Elissalde relata que a fines de siglo XVIII e inicios de siglo XIX no existía una señalada diferencia entre los alimentos que consumían los pobres y los opulentos ya que la comida era muy abundante (especialmente las carnes vacunas y el pescado, así como las aviares) y muy barata; a tal punto abundaba la carne que cuando los carros que transportaban cuartos de reses perdían una pieza, los carreros o conductores no se preocupaban en cargarla de vuelta; pero las carnes aunque abundantísimas solían ser duras por lo que eran muy comunes los cocidos donde la carne había hervido durante horas. Lo que a inicios del siglo XIX resultaba relativamente caro era el pan ya que aún no había grandes cultivos de cereales y, por ende, escaseaban las harinas, peor aún: al no haber todavía alambrados los jugadores de pato pisoteaban muchas veces los escasos sembrados de esa época. Preparaciones comunes eran sopas con trozos de chancho, huevos, porotos y legumbres varias; rodajas de pan que remojaban en caldos de buey; gallinas y "perdices" (tinamidae), cocidas con legumbres, panes con espinaca y tiras de carne; guisos de cordero. Entre las especias las más importantes eran el perejil, el ajo y la pimienta (la pimienta era importada) soliendo tener las comidas un gusto fuerte (el ajo, la pimienta junto a la sal de mesa en esos siglos eran usados para ayudar a conservar los alimentos preparados a partir de animales).7 Por ejemplo hacia 1810 era común en la ciudad de Buenos Ares la venta y consumo de pescados fritos, de una especie de sopa gelatinada sobre la base de pata de vaca hervida, humitaguiso carrero etc, entre los postres habían tortas de durazno, tortas de higos, bollitos y empanaditas dulces. En la ciudad de Buenos Aires hasta 1880 aproximadamente, lo común era comer casi todos los platos del almuerzo y de la cena en forma de puchero, donde abundaban las hortalizas (zapallos, papas, zanahorias, etc.) y verduras (repollospuerroscebollas, etc.) que se obtenían de las "quintas" que por entonces abundaban en "las afueras" de las ciudades a pocas "cuadras" o a pocas manzanas de las plazas centrales. En el campo también era muy frecuente la costumbre de comer la carne hervida aunque lo que más llamaba la atención a los viajeros europeos era la preparación de los asados.
Domingo Faustino Sarmiento dijo que la ciudad de Buenos Aires era de "señoras gordas" n. 1 y esto porque hasta fines de siglo XIX era común comer seis platos por persona entre el almuerzo y la cena. Lo más común cotidianamente era cenar muy temprano apenas "caía el Sol", luego la mayoría de la gente se acostaba y los niños y niñas eran mandados a dormir. También durante el siglo XIX en las principales ciudades (especialmente en Buenos Aires) se distinguían incluso los tamaños de los platos, los platos "a la francesa" eran más chicos que los tradicionales "a la española".
Por lo común los niños y niñas -aproximadamente hasta los 12 años de edad- eran obligados a comer el almuerzo y la cena en mesas apartadas de las de los mayores. Las mesas de mayores estaban presididas en su cabecera por el patriarca familiar -o la mujer más anciana y respetada, es decir la matriarca- o por el padre de familia cuando el hogar carecía de adultos mayores. Hasta esos tiempos el modo más común de servir la mesa era "a la francesa", es decir poner todas las comidas ya preparadas sobre una gran mesa y que cada comensal eligiera lo que quisiera. Luego, esta tradición dio paso al modo actual "a la rusa" en el que los platos se van trayendo a la mesa por turno. Cabe considerar que la actual modalidad "a la rusa" se vio muy facilitada por la relativamente temprana difusión (entre los 1890 y 1950) de las heladeras (neveras) hogareñas u otros métodos de refrigeración en la principales ciudades ya que con estos dispositivos las comidas se pueden mantener conservadas por más tiempo.
Cuando la simpática salteña Juana Manuela Gorriti escribe su libro "La cocina ecléctica" en las postrimerías del s. XIX, ya gran parte de las preparaciones argentinas mencionadas habían sido olvidadas entre la gente de la región central y pampeana. Era precisamente la época en que se producía el gran influjo innovador de la comida italiana de la mano de millones de inmigrantes. El citado L. V. Mansilla comenta la existencia de los ravioles en las principales ciudades rioplatenses hacia la década de 1880, por esto es una exageración —típica de él— cuando Jorge Luis Borges dice que "la primera vez" que conoció los ravioles fue a inicios de siglo XX al concurrir, siendo muy niño, a la casa de unos inmigrantes italianos, invitado por el argentino hijo de estos.
Según Víctor Ducrot y Daniel Schávelzon el consumo de asado en las grandes ciudades recién se generaliza a partir del 17 de octubre de 1945, cuando masas de migrantes procedentes del sector rural comienzan a difundir sus costumbres en las grandes ciudades. Estos migrantes muchas veces se dedicaron a las obras de construcción de edificios por lo que durante décadas fue todo un espectáculo callejero típicamente argentino ver y oler al medio día la preparación improvisada de los "asados de obra" del puntual almuerzo.
Hasta la década de los años 1970 en que se potenció la densidad edilicia (en gran parte con edificios de varios pisos para oficinas y departamentos) de las ciudades, aún en las principales ciudades existían numerosas casas familiares de una a tres plantas (pisos, niveles) con amplios jardines y pequeñas huertas en las cuales se encontraban frecuentemente parrashigueras de origen mediterráneo, morerasnísperos, plantas de tomate e incluso duraznerosen la mayor parte de la Argentina templada y subtropical (en las zonas más secas se creaban cercos domiciliarios detuna -en otros países llamada nopal o "higo chumbo"-). Los frutos de esos pequeños huertos domiciliarios se solían comer tal cual estaban una vez maduros o se usaban para dulces caseros e incluso licores y arropes caseros de consumo familiar.
la historia del dulce de leche
En Argentina existe un relato popular y legendario que fecha su invención hacia el año 1829 en instancias en que estaban por reunirse para firmar un pacto de paz Juan Manuel de Rosas y su enemigo político (y primo hermano) Juan Lavalle en la estancia del primero en Cañuelas, a las afueras de Buenos Aires. Lavalle fue el primero en llegar y, fatigado, se recostó sobre el catre de Rosas, quedando dormido. La criada de Rosas, mientras hervía leche con azúcar (preparación conocida en esa época como lechada) para acompañar el mate de la tarde, se encontró con Lavalle durmiendo sobre el catre de su patrón. Ella lo consideró una insolencia y fue a dar aviso a los guardias. 

Poco tiempo más tarde arribó Rosas, quien no se enfadó con Lavalle y pidió a la criada el mate con leche. Ésta recordó en ese momento que había abandonado la leche con azúcar al fuego, dejándola calentar durante un largo tiempo. Al regresar a buscar la lechada, la criada se encontró con una sustancia espesa y amarronada. Su sabor agradó a Rosas y se cuenta que compartió el dulce con Lavalle mientras discutían los puntos del pacto, dando así un origen accidental al dulce de leche. 



origen 
dulce de leche

domingo, 11 de octubre de 2015

LA HISTORIA DE LA PASTELERIA ARGENTINA EN 10 TORTAS

Este fin de semana, la Federación de Pasteleros festeja su 50° aniversario con una exhibición al aire libre.
La Federación de Trabajadores Pasteleros de la Argentina festeja este fin de semana sus 50 años y se les ocurrió hacerlo de una manera curiosa: con 50 tortas y postres de la pastelería nacional.

La exposición va a servir también como una reseña de la historia de la pastelería nacional. Que, como nuestra cocina en general, se nutre de productos locales e influencias externas. Los dulces típicos fueron cambiando, y también las presentaciones y las porciones. “Hoy se eligen cremas más livianas. Y se achicaron las porciones: ahora está de moda la monoporción”, explica Miguel Durán, director de la escuela de la Escuela de Pastelería Profesional de la federación.
Apunta otros cambios: antes, para ir de visita a una casa había que llevar una bandeja de masas finas, una costumbre hoy en desuso. Y hace décadas, tomar el té era todo un plan, que implicaba ir a una confitería o poner la mesa con la vajilla de porcelana en casa. En estos tiempos, todos los bares y hasta los pizza-café mejoraron su oferta y es habitual tomar un café con torta casi al paso.
“Los 90 introdujeron muchos productos extranjeros que se mantienen, como los pistachos y los frutos tropicales. El maracuya ya es casi como una manzana”, grafica. Sin embargo, remarca Durán, hay dos sabores imbatibles en el paladar argentino: dulce de leche y chocolate. “No hay pastelería que no la tenga”, dice.
¿Se puede hacer una línea de tiempo dulce? No tan estricta porque las tortas se superponen en el tiempo, pero Durán si se permite elegir 10 tortas emblemáticas que marcan la historia de la pastelería argentina y relatar su origen. Quienes las quieran probar, pueden darse una vuelta el sábado desde las 11 por la avenida Corrientes, a beneficio de Cáritas.
Imperial ruso. Lo inventaron a principios del siglo XX en la desaparecida Confitería El Molino. Los pasteleros del Molino crearon este postre como un homenaje a la extinta dinastía de los zares luego de la Revolución Rusa. Lleva pionono, crema de manteca, merengue francés y decoraciones de chocolate.


Leguisamo. La historia oficial que recoge Durán cuenta que el jocker Irineo Leguisamo era habitué de la confitería Las Violetas, en Almagro. Y que pidió que le hicieran una torta en su homenaje. El pastelero cumplió: hojaldre, pionono, dulce de leche, crema de manteca y castañas en almíbar, más un forro de pasta de fondant y almendras picadas por encima. Un sabor poderoso que reinó en las confiterías porteñas por años.


Chajá. Esta torta no tiene su origen en Argentina, sino en Uruguay. La creó en 1927 Orlando Castellano, propietario de la confitería Las Familias de la ciudad uruguaya de Paisandú. El nombre es un homejaje al chajá, un pájaro de abundante plumaje. La torta es una abundancia de bizcochuelo, merengue, crema, durazno y frutilla, aunque en algunas versiones más modernas le han incorporado dulce de leche y chocolate.


Balcarce. Aunque técnicamente se lo considera un postre, se metió en el top 10 argentino: ¿quién no lo comió al menos una vez? “Lleva ingredientes sencillos y es aceptado por cualquier paladar”, dice Durán. La imbatible combinación de bizcochuelo, merengue, dulce de leche, crema chantilly, castañas en almíbar y cubierta de azúcar impalpable fue creada en 1950 por los reposteros de la confitería París de la ciudad de Balcarce, de donde tomó su nombre.



Selva negra. Es una torta centenaria: su origen se ubica en Alemania, en el siglo XVI. Su nombre evoca la región de ese país conocida por sus cerezas algo agrias, de las que se obtiene el kirsch. Es también una de las tortas clásicas de la pastelería argentina. En la versión nacional lleva bizcochuelo de cacao y almendras, crema chantilly, cereza al maraschino y virutas de chocolate en la cubierta.


Lemon pie. Los inmigrantes británicos la trajeron al país y de su five o’clock tea pasó a las mesas de todos. Durán asegura que “es una de las tartas más elegidas por el público”. Se hace con una base de masa quebrada dulce, una crema untuosa de limón (el lemon curd) y una cobertura de merengue.



Pasta frola. La crostata que tuvo su origen en las manos de las religiosas que habitaban en el monasterio de San Gregorio Armeno en Nápoles. Fueron los inmigrantes italianos quienes la trajeron acá y se metió de lleno en el paladar de los argentinos. Su nombre deriva de “pasta froila” y lleva una masa quebrada rica en manteca con polvo de hornear y dulce de membrillo, aunque con el tiempo se probaron otros dulces como el de batata, frambuesa y nuestro querido dulce de leche.


Rogel. Según Durán, “es un alfajor, el postre tradicional de nuestro país”. El pastelero cuenta que lo creó un matrimonio del barrio de Belgrano, que tomaron como base una receta europea para la masa y así llegaron a este clásico alfajor gigante con una masa de harina, yema y manteca. El verdadero rogel lleva cuatro capas con generoso dulce de leche entre cada una de ellas, y una cobertura de merengue italiano.


Tiramisú. Cuenta la historia que nació en la década del 50 en los burdeles de la región italiana de Treviso, donde los hombres iban a “dispersarse”. La madama de uno de ellos les ofrecía a sus clientes como cortesía este dulce. Los inmigrantes italianos comenzaron a preparalo en sus casas en la segunda mitad del siglo XX. En los 90 se masificó, con el ingreso al mercado del mascarpone, el queso que se usa en su versión original. Lleva vainillas o un bizcochuelo liviano, crema de queso, almibar de café y cacao amargo o virutas de chocolate para decorar.



Cheesecake. A fines del siglo XIX, un fabricante de quesos intentaba reproducir en Nueva York una variedad francesa y de casualidad obtuvo otro suave y cremoso, que años después distribuyó en papel de aluminio con el nombre de una ciudad. El philadelphia cream cheese es la base del cheesecake, quizás la torta más popular de Nueva York, donde cada cafetería tiene su versión. Aquí, la apertura de la importación en los 90 trajo el Philadelphia y con él desembarcó el cheesecake, que ya es un infaltable en panaderías, pastelerías y bares porteños. Lleva una base de galletitas dulces y manteca, una crema de queso y una cubierta con mermelada o frutos rojos.